La leyenda de Stillflame habla de Hestia, la diosa silenciosa del hogar. Mientras otros dioses perseguían la gloria, ella se quedaba donde la vida ocurría de verdad, en cocinas, casas y el fuego compartido de la ciudad.
No era una deidad dramática. Era quien mantenía intacto el centro. Su llama era la primera en honrarse y la última en agradecerse. Un hogar empezaba con su chispa, y la sensación de seguridad se sostenía porque ella estaba.
El mito hace que la estabilidad se sienta sagrada. No ruidosa, no exigente, sino esencial, como es esencial respirar. Cuando el mundo es caótico, el hogar no es un lujo. Es el punto al que tu cuerpo puede regresar.
El poder de Hestia era la constancia. Una calma en la que puedes confiar. Un calor que no te pide rendir, solo llegar y asentarte.
Stillflame es la brasa de Hestia en la vida moderna. Una luz constante para tardes, prácticas y mañanas tranquilas, cuando quieres volver al centro y dejar que la calma sea un hábito, no un evento raro. La leyenda de Stillflame recuerda que la estabilidad puede ser simple, y aun así sagrada.
